Once Upon a Jester llega a Xbox Series con bufones, baladas y bromas que brillan más que cualquier corona real.
En un mundo saturado de juegos que se toman a si mismos demasiado en serio, Once Upon a Jester aparece como ese amigo excéntrico que irrumpe en la fiesta con una guitarra, una flor en la oreja y un plan para robar la joya real… cantando. Esta joya indie, desarrollada por el estudio neerlandés Bonte Avond, es una oda al teatro improvisado, la música espontánea y el humor absurdo. Pero bajo su capa de chistes y canciones, esconde una narrativa sorprendentemente tierna sobre la amistad, la autenticidad y el arte de conectar con los demás.

Premisa: robar la corona… con carisma
Jester y Sok, nuestros protagonistas, son dos bufones con más entusiasmo que talento. Su plan: infiltrarse en el castillo real participando en el Festival Real de Teatro, donde solo los mejores artistas del reino pueden actuar. ¿La meta secreta? Robar la joya de la corona. ¿El método? Improvisar obras teatrales en cada pueblo, ganarse al público y conseguir una invitación al festival.
Lo que sigue es una gira teatral por cuatro regiones del reino, cada una con sus propios gustos, rarezas y exigencias. Desde una ciudad obsesionada con el drama hasta una aldea que solo quiere comedia absurda, Jester y Sok deben adaptar sus obras para conquistar corazones… y ramos de flores, que funcionan como puntuación artística.

Humor: entre Monty Python y los Muppets
El humor de Once Upon a Jester es su alma. No se basa en chistes prefabricados, sino en la espontaneidad, el absurdo y la química entre los personajes. Jester es impulsivo, soñador y un poco torpe; Sok es su contrapunto zen, con voz grave y sabiduría improvisada. Juntos forman un dúo que recuerda a los mejores momentos de Flight of the Conchords o Los Muppets, con diálogos que parecen salidos de una sesión de improvisación entre amigos.
El juego no teme romper la cuarta pared, ni jugar con los clichés del teatro. Cada obra es una parodia de los géneros clásicos: tragedia, romance, misterio, musical… pero siempre con un giro ridículo. Y lo mejor: el jugador elige los actos, lo que permite crear combinaciones delirantes como “el detective enamorado de una roca” o “la princesa que se convierte en dragón por comer queso”.

Música: el corazón que late entre bambalinas
Si el humor es el alma, la música es el corazón. Once Upon a Jester no es un juego de ritmo, pero la música está presente en cada rincón. Las canciones son compuestas e interpretadas por los propios desarrolladores, lo que les da un aire íntimo y auténtico. No son producciones épicas, sino baladas caseras, pegajosas, encantadoras y en muchas ocasiones muy desafinadas.
Cada obra incluye al menos una canción original, adaptada al tono del acto. Algunas son hilarantes (“Soy un plátano, y quiero gobernar”), otras melancólicas (“¿Dónde está mi nube?”), y otras simplemente extrañas (“El queso me transforma”). Pero todas tienen algo en común: están cantadas con pasión, y eso se nota.

Además, hay momentos musicales fuera del escenario. Jester canta mientras camina, Sok improvisa coros, y los NPCs a veces se unen. Es como vivir dentro de un musical improvisado, donde cualquier conversación puede terminar en canción.
La música también sirve como herramienta narrativa. En lugar de cinemáticas, el juego usa canciones para mostrar emociones, revelar motivaciones o cerrar capítulos. Es una forma elegante y divertida de avanzar la historia sin romper el tono.
Diseño visual: collage teatral con alma indie
El estilo gráfico de Once Upon a Jester es minimalista, casi infantil, pero con una coherencia estética que refuerza el tono del juego. Los personajes parecen recortes de papel animados, los escenarios son como telones pintados, y los efectos visuales recuerdan a un teatro escolar. Pero lejos de ser una limitación, esto potencia la sensación de estar dentro de una obra improvisada.
Cada región tiene su propia paleta de colores y estilo escénico. La ciudad dramática usa tonos oscuros y cortinas pesadas; la aldea cómica tiene decorados brillantes y caricaturescos. Esta variedad visual refuerza la idea de que cada función es única, y que el arte se adapta al público.

Jugabilidad: improvisación como mecánica
La jugabilidad gira en torno a la improvisación. Antes de cada obra, el jugador puede explorar el pueblo, hablar con los habitantes y descubrir qué tipo de espectáculo prefieren. Luego, al subir al escenario, se eligen los actos entre varias opciones, cada una con su tono y temática.
No hay una “respuesta correcta”, sino una búsqueda de conexión. Si el público quiere comedia y tú les das tragedia, te lanzarán tomates (figurativamente). Si aciertas, te llenarán de flores. Esta mecánica convierte cada función en un pequeño puzzle emocional, donde el éxito depende de entender a los demás.

Además, hay minijuegos ligeros, como recoger flores, preparar el cartel de la función, decorar el escenario o elegir vestuario. Nada complejo, pero suficiente para mantener el ritmo entre funciones.
Narrativa: detrás del telón hay corazón
Aunque el juego se presenta como una comedia absurda, su narrativa tiene capas. La relación entre Jester y Sok es el eje emocional. A lo largo del viaje, se revelan sus motivaciones, miedos y sueños. Jester no solo quiere robar la joya: quiere ser reconocido, amado, valorado. Sok, por su parte, busca equilibrio, conexión y sentido.

El juego nunca se pone melodramático, pero deja espacio para la ternura. Hay momentos de silencio, reflexiones inesperadas, y decisiones que afectan el final. Y cuando llega el Festival Real, el jugador se da cuenta de que el verdadero tesoro no era la joya… sino el viaje compartido.
Público ideal: artistas, soñadores y fans del teatro
Once Upon a Jester no es para quienes buscan acción, gráficos hiperrealistas o desafíos complejos. Es para quienes disfrutan de la improvisación, el humor absurdo, la música casera y las historias con alma. Ideal para jugadores que aman títulos como A Short Hike, Night in the Woods o Undertale, donde la conexión emocional supera la mecánica.

Si es cierto que tras unas cuantas horas necesitas un descanso de tanta música y de una jugabilidad que no explora nada más allá. Para algunos entusiastas el juego y las mecánicas pueden ser infantiles y demasiado parcas, pero para jugar con niños o en familia es autentico cuanto menos.
CONCLUSIÓN: EL ARTE DE HACER REÍR… Y SENTIR
Once Upon a Jester es más que un juego: es una experiencia artística que celebra el teatro, la música y la amistad. Con humor inteligente, canciones memorables y una narrativa sincera, logra lo que muchos títulos triple A no pueden: emocionar sin pretensiones.
En un mundo donde el arte a menudo se mide por su presupuesto, este juego demuestra que la pasión, la creatividad y el humor pueden brillar más que cualquier joya real. Y como diría Jester: “Si no puedes robar la corona… canta hasta que te la den”.
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