El estudio granadino Wildsphere nos aterra con Oxide Room 208, un videojuego aún más terrorífico y grotesco que su predecesor
Hay algo perturbador en esas historias que buscan incomodarte más allá del susto fácil. Historias que no se conforman con hacerte saltar de la silla, sino que pretenden impactarte con escenas desagradables. Oxide Room 208 juega precisamente a eso. La secuela directa de Oxide Room 104 llega para dar continuidad a un universo enfermizo donde lo grotesco y lo psicológico se mezclan, y aunque tiene aciertos claros, también arrastra defectos que pueden arruinar la experiencia a los menos pacientes. Si quieres sumergirte en este universo de vísceras y sangre, Comunidad Xbox es tu lugar. Comenzamos.

Historias cruzadas de auténticos desgraciados
Lo primero que sorprende en Oxide Room 208 es su estructura narrativa. La historia está dividida en una serie de historias con protagonistas totalmente diferentes, aunque todos comparten un elemento común, y es que son una basura de personas. No controlamos a un héroe que busca salvar el día, sino a un puñado de desgraciados atrapados en una pesadilla orquestada por el siniestro Doc. Cada uno de estos personajes llega al lugar con su mochila de errores y pecados, y la gracia está en que rara vez hay alguien “bueno” al que aferrarse. Aquí todo el mundo es culpable de algo, y eso genera un malestar peculiar. Manejar a personajes a los que cuesta empatizar hace que la incomodidad cale mucho más.
El desarrollo de la historia no se lanza de golpe. Esta se va desgranando poco a poco a través de documentos, conversaciones y pequeños detalles ambientales. Es un recurso habitual en el género, pero aquí funciona bien porque potencia la sensación de estar reconstruyendo un rompecabezas macabro. No esperes explicaciones masticadas ni un guion lineal al uso. Y es que Oxide Room 208 te obliga a indagar y unir piezas, con el riesgo de que te pierdas en el camino si no prestas atención. La historia cuenta con 8 personajes e historias diferentes, y no todas tienen el mismo nivel de calidad, pero estas son más que interesantes, recordando enormemente a los de la saga Saw.

Luces y sombras jugables
En lo jugable, el título se mueve entre dos aguas. Una de ellas es la exploración con tintes de aventura narrativa y la acción directa contra criaturas que parecen salidas de una mala pesadilla. Esta está bien planteada, habitaciones oscuras, pasillos que se repiten con sutiles variaciones, objetos que cuentan más de lo que aparentan. Ahí es donde el juego brilla, porque logra mantenerte en tensión sin necesidad de recurrir al jumpscare continuo. El juego, al contrario que su antecesor, se desarrolla con una vista en tercera persona, pegada al hombro, similar a la de los remakes de los clásicos Resident Evil.
El problema llega cuando toca enfrentarse a los enemigos. El combate cuerpo a cuerpo resulta torpe, sin un feedback que invite a pensar que estás golpeando algo con peso real. Además, las armas a distancia, aunque alivian el tedio, no terminan de solucionar el desequilibrio. Algunos enemigos parecen esponjas de balas más que amenazas reales, y esa falta de balance resta tensión a lo que debería ser el clímax de cada enfrentamiento. Tampoco ayuda que la IA sea errática, oscilando entre la pasividad absurda y la agresividad injustificada. El esquema de la obra de Wildsphere está claramente influenciada por los clásicos survival horror. La armas cuerpo a cuerpo se rompen, deberemos encontrar llaves para abrir puertas o botiquines para curarnos. Esto es algo clásico en el género, aunque también me ha recordado a títulos como los Saw de la generación de 360, por el uso de algunos macabros puzles.
El título también cuenta con un sistema de decisiones y la posibilidad de perder personajes añade un punto de interés, aunque en la práctica se siente desaprovechado. La idea de que la historia pueda cambiar en función de cómo sobrevivas (o no) promete más de lo que realmente cumple, y se queda a medio camino de algo más grande, no teniendo un impacto real en la narrativa del videojuego.

Apartado gráfico modesto
Visualmente, Oxide Room 208 no es un juego que busque el impacto técnico de una superproducción, pero consigue transmitir atmósfera. El motor Unreal Engine 5 le da cierto empaque, con juegos de luces y sombras bien trabajados y texturas que en ocasiones resultan sorprendentemente detalladas para un equipo modesto. Sin embargo, esa solidez técnica no siempre se acompaña de un diseño artístico memorable. Hay momentos en los que los escenarios se sienten repetitivos, como si hubiéramos visto esa habitación demasiadas veces con apenas un par de cambios cosméticos. Y esto, cuando se repite con ocho personajes diferentes, llega casi al hartazgo.
Las criaturas, por su parte, cumplen en lo grotesco, pero carecen de un diseño verdaderamente icónico que las haga quedar grabadas en la retina del jugador. Además, no existe una gran variedad de enemigos a los que enfrentarse, siendo todos muy similares entre sí. Y aunque el gore está presente en abundancia, se echa en falta un poco más de imaginación en lo que se muestra. La violencia explícita funciona, sí, pero cuando se abusa de ella corre el riesgo de volverse rutinaria en lugar de incómoda.

Sonido del infierno
Si hay un apartado en el que Oxide Room 208 destaca, es en su diseño sonoro. Aquí sí se nota un esfuerzo consciente por sumergir al jugador. El silencio juega un papel tan importante como los ruidos. Cada crujido, cada respiración al otro lado de la pared, consigue que la experiencia sea mucho más intensa. Y es que el título no cuenta prácticamente con melodías ni música para generar tensión. Son los sonidos del propio entorno los que cumplen con ese cometido. Además, el título cuenta con un doblaje al castellano que es de agradecer al tratarse de una propuesta indie, aportando una capa extra de inmersión.

Conclusiones
Oxide Room 208 es un juego valiente en su propuesta, dispuesto a incomodar al jugador poniéndole al mando de personajes detestables y arrojándolo a un entorno dantesco donde nada se siente seguro. Su historia y su atmósfera logran atrapar, sobre todo si entras con la mentalidad adecuada, la de dejarte llevar por una pesadilla sin concesiones.
Sin embargo, es imposible pasar por alto sus problemas. El combate resulta tosco, la variedad de escenarios acaba siendo muy limitada, y los bugs y fallos técnicos empañan lo que podría haber sido una experiencia mucho más redonda. Al final, queda un juego con personalidad y con momentos realmente perturbadores, pero también con un acabado que necesita pulirse más para estar a la altura de sus ambiciones, algo totalmente entendible al estar a cargo un estudio bastante pequeño.
En definitiva, nos encontramos ante un título recomendable para quienes disfruten del terror sucio y psicológico. Para los demás, quizá la estancia en la habitación 208 sea más frustrante que aterradora.
